Vidrio, o la ficción dentro de la poesía: entrevista a Juan Rapacioli
Por Boris Katunaric
Juan Rapacioli trabaja en la Agencia Nacional de noticias Télam, a pesar de haber nacido en Buenos Aires en 1987 pasó su infancia en la ciudad de Mar del Plata, para luego retornar a estudiar en la Universidad de La Plata. Además de sus libros de poemas, Dispersión y Vidrio, publicó en 2009 el libro de cuentos La estratagema de la libélula. Para ser redundante se eligió el bar La Poesía, tal vez porque no quedaba otro remedio, para esta charla sobre poesía, géneros, actualidad y estética en la literatura argentina, además de la próxima novela del autor. San Telmo ya es un paisaje habitual de esta sección.
APU: Lo que más sorprende de tu libro es que arranca como un policial. Juan Mattio, de revista Sonámbula, propuso una comparación muy interesante con la poesía de Giannuzzi…
Juan Rapacioli: Sí. Lo del policial era consciente en un punto porque siempre me sentí atraído por ese género. No fue una decisión de decir quiero hacer un policial en verso. Sí eran dos mundos que me interesaban, mundos que también había encontrado, por ejemplo, en La pesquisa de (Juan José) Saer. En ese libro me interesó el tema del “caso” policial, del misterio. Algo que está ahí y que tiene que ser debelado.
APU: También encontré un tono walsheano en los títulos de los poemas. Hacen recordar, de alguna forma, a ciertos capítulos de Operación masacre: “La lista”, “El testigo”, “El traidor”, etc. Lo mismo con la utilización de los verbos. Sintéticos, digamos. Algo bastante propio del periodismo.
JR: Lo de los verbos, las acciones, sí fue más deliberado. Hubo trabajo respecto a la lectura, a la corrección, dejándolo todo en el plano de las acciones. Que ellas mostraran, sí, el funcionamiento de algunos personajes en momentos específicos, pero no explicaran. Al mismo tiempo venía leyendo bastante a Walsh, fascinado con esa intensidad que transmite. Sobre todo con Operación Masacre, libro que uno lee desde el lado del periodismo narrativo, de la non fiction, pero donde yo apreciaba una respiración poética, momentos que disparaban escenas específicas. Sin duda tuvieron un efecto. Y a eso sumándole la lectura de ciertos poetas chilenos, que toman mucho de los escenarios sociales políticos atravesados por la violencia. En ese sentido fue importante la lectura de La ciudad, libro clave de Gonzalo Millán.
APU: Que además está en uno de los epígrafes.
JR: Sí, y además Zurita.
APU: Mencionaste una palabra que a mí me interesa mucho. Una palabra de la cual no me puedo despojar, que es la violencia. Empezás, además, con el siguiente epígrafe de Ungareti: “la tierra tiembla de placer/ bajo un sol de violencias gentiles”. Hay una violencia contenida en palabras no efectistas. Por otro lado, tenemos a Osvaldo Lamborghini, quien utiliza un lenguaje exquisito, con escenas muy revulsivas. Eso hace que pueden llegar a impresionar fácilmente. Acá se van escondiendo formas de la violencia que permanecen muy solapadas.
JR: La violencia está en el centro del libro y también de lo que sería, no quiero decir mi escritura, sino parte de los mundos que la hacen. Hay una novela que empecé a escribir cuando hacía taller con Laiseca. Giraba en torno a la violencia y los efectos de la violencia o las maneras en que la violencia va tomando formas a través de un personaje y se transmite hacia otros. Traición, venganza, paranoia. Son cosas que Vidrio tiene. Lo que pasa es que como son dispositivos tan diferentes, la poesía y la narrativa, y yo empecé este relato como un policial alimentando de algunas lecturas de Piglia, fue derivando hacia algo más del orden del clima enrarecido, del clima violento. En un momento me pasó que escribiendo la novela se me iba hacia el formato del verso. Entonces hizo falta cortar ese proyecto. Ahí es como empezó Vidrio. De forma impulsiva, guiado por este tipo de temáticas: lo que amenaza, lo que está siempre latente y no sabés nunca cuando va a explotar.
APU: Este libro, enfrentándose a esto de lo impulsivo, parece estar muy cuidado en su escritura. Hay cierta economía que me llama la atención. El Indio Solari lo llamaba “tallar el elefante”.
JR: Ese fue uno de los trabajos más importantes. Es clave no explicar cuando uno tiene algo para decir, y más cuando se tiene encima la cuestión del periodismo. En ella hay que contar, describir, explicar. En cambio, es interesante en poesía esto del cómo nombrar sin tener que andar agregando información. Y con el tiempo fueron tomando forma los personajes, las situaciones, el clima…
APU: El clima es muy denso, muy oscuro.
JR: Es oscuro, denso y violento. Por eso creo que fue escrito en poco tiempo. Habrán sido tres o cuatro meses de escritura y agradezco que haya sido así porque hay algo que te debe pasar a vos también que es esto de lo físico, de lo no intelectual. Obsesionarse, por ejemplo, con determinadas palabras. En su momento “dispersión” era una palabra, un sonido que me había obsesionado y que debía ser expandido. Con “vidrio” me había pasado algo similar. Mario Arteca lo cuenta en el prólogo. Eso fue un puente conductor, además de darle un sentido oscuro pero también muy concreto. La situación de estar con él, así como nosotros, tomando una cerveza, charlando de libros y que de golpe, en medio de esa situación muy cómoda y agradable irrumpiera una botella desde afuera, rompiera el vidrio y nos astillara toda la cara… Una violencia entrando así. Quedás perplejo. Mudo. Después lo procesás; esta cuestión de lo que irrumpe, lo que amenaza, lo que te saca de un lugar de seguridad, de la ficción de seguridad en la que vivís.
APU: Me gustó mucho uno de los poemas en el que escribís: “quise probar el agua del deshielo/ tragué vidrio molido”. Está presente ese dolor de andar tragándose toda violencia cotidiana (si es que el vidrio funciona, claro, como metáfora de violencia).
JR: Totalmente. Violencias cotidianas donde caen resonancias de lo político y social. Esto del vidrio me había interesado también en su acepciones, las varias formas de entenderlo…
APU: Todas las formas del vidrio incluyen el agua, el espejo, el hielo…
JR: Me lo observaron varias personas lo de lo climático. Jorge Consiglio mencionó ese universo donde se mueven los personajes. Él hizo una referencia a Jack London, que siempre está como a la intemperie: el bosque, el río, el hielo, situaciones donde el humano vive al extremo. Eso tiene que ver más con una atracción estética, con un universo que no pertenece sólo a la literatura. Obras como las de David Lynch o Stanley Kubrick lo demuestran: lenguajes cinematográficos donde el bosque quiere decir algo más que solamente el bosque. También me interesaba pensar al vidrio en varios segmentos o significados. El vidrio, el espejo, reflejo, el verse a uno mismo, aunque también el vidrio esmerilado, que deforma y cambia la imagen. Después, por supuesto, el vidrio que lastima, que corta.
APU: Quería volver a tu primer libro, hace como… Quince minutos (risas). Entre ambos tienen un lenguaje y una temática muy distintos. Recuerdo ese poema donde una chica se parece a Ziggy Stardust y pensás en cómo sería esto de tener sexo con una estrella de rock.
JR: Dispersión nace de algo más personal. Toca muchos temas que me interesaban como puntos específicos pero que, sin embargo, no formaban una unidad. A la forma poética de Dispersión la siento mucho más ligada al yo, a la confesión plena. En cambio, en Vidrio decidí trabajar la ficción en la poesía. Existe esta larga, eterna discusión sobre los límites de la poesía; se la suele relacionar con cierto tipo de confesión, de mundos excluyentemente íntimos. Creo que hay una explotación abusiva en esto del poema relacionado con el propio poeta. Eso reduce muchas posibilidades. Vale decir, no tiene por qué ser la experiencia subjetiva del propio autor lo que lo cimente. En ese sentido, lo rico de la ficción es que tiene la posibilidad de trabajar con ese universo que sí se explota en la narrativa. ¿Por qué no proponer capítulos, diálogos, personajes en un libro de poemas?
APU: Estás escribiendo una novela de la cuál se desprende Vidrio. En esta clave de las diferencias entre poesía y ficción, ¿cómo las vivís vos a la hora de la escritura?
JR: Es interesante la pregunta porque a mí mucho no me interesa la diferenciación. Incluso me atraen los autores que combinan ambas cuestiones. Pienso en Mario Arteca, en Mario Ortiz, o novelistas como Consiglio, el gigante Saer, en donde la poesía es clave, porque uno lo ve, lo decodifica… Nosotros que somos periodistas sabemos que está más ligado a la necesidad de clasificar, de etiquetar, de envasar. De hacer división del trabajo la cadena de producción. Además, yace una cuestión política: el formato novela es recibido de una forma, el cuento de otra y la poesía de otra. Podríamos decir que, muchas veces, son públicos distintos, lectores distintos. Escribirlos son indudablemente procesos diferentes, y están unidos por el simple hecho de que ambos van a implicar, medianamente, esfuerzo. El verosímil por ahí no es tan importante cuando hacés un poemario porque estás cuidando la musicalidad, el sistema de imágenes o la unidad conceptual entre poemas. En una novela vas a estar más cerca, por así decirlo, del plano de lo real. Trabajar los géneros en cuanto al lenguaje es algo crucial. Un efecto donde siempre esté lo musical, esto que decía Piglia, quien lo sabía todo en cuanto a crítica literaria. Das con una novela cuando das con el tono, una novela es su tono. Se pone muy difícil. Yo siento la escritura como una dificultad, no es algo demasiado placentero. El placer aparece cada tanto. No es como la lectura, que se presenta como un universo del goce. La escritura está ligada a una necesidad, una atracción, un deseo de laburo y dificultad. Siempre aparece eso que te angustia…
APU: Si, porque es una tarea tediosa…
JR: Totalmente.
APU: ¿Cuál es el lugar de la literatura hoy?
JR: Pensé en dos autores que he leído últimamente. Juan Mattio y Alan Pauls, dos mundos muy distintos, dos generaciones muy distintas. Juan proponía algo del lugar de improductividad que tiene la literatura respecto al capitalismo; si bien no se la ve como una disciplina inútil, sí se la relaciona con lo que no genera dinero. Con lo improductivo. Eso le otorga, bueno, cierta libertad. Se aprecia mejor en la poesía, donde su eterna dificultad con lo comercial es una carencia, pero donde sin embargo yace una libertad ante la manera de producir, de mantener lectores en el tiempo, de manera genuina y marginal.
Alan Pauls hablaba de algo muy interesante sobre la lectura y el teatro. Ambas son de las pocas actividades anacrónicas que permanecen en una región lineal, siempre amenazando con interrumpirse. Una región que se ordena únicamente por el hecho de querer seguir ordenándola. Nosotros vivimos en un mundo relacionado con la fractura y la fragmentación, con la simultaneidad. Me acuerdo que Piglia decía que una de las pocas cosas que no han cambiado con el tiempo es nuestra forma de leer. Alguien, hace doscientos años, leía de una forma similar a la que leemos hoy. Todo lo demás ha ido cambiando pero la imagen un hombre o una mujer leyendo un libro se establece fuera del tiempo. Entonces, antes que el lugar de la literatura me interesa el lugar de la lectura; hay algo que cuando alguien está leyendo un libro está metiendo un mundo en el mundo y, en esa relación, está un poco fuera de la dinámica que propone la época. En lo que se refiere a literatura, lo importante en estos tiempos, sin duda, es el lugar de la mujer.
APU: Creo que es el sujeto histórico del Siglo XXI.
JR: Pienso lo mismo. Sujeto histórico, sujeto político que claramente está haciendo una revisión importante de lo que ha sido la tradición, de cómo ha operado el machismo en la tradición. En esa revisión saltan discusiones en las que, obviamente, hay posturas ante lo difícil que es seguir viviendo las injusticias perpetuándose contra las minorías y contra la mujer. En el campo cultural es muy saludable ver cómo el escenario está siendo mayoritariamente compuesto por mujeres. Es algo que se tiene que dar para poder seguir avanzando.
APU: ¿Y dentro de la estética de hoy, crees que hay alguna discusión preponderante en la literatura?
JR: Hay cosas que se discuten todo el tiempo, hay muchas estéticas y poéticas dando vueltas. Pero siempre me quedo con algo que me dijo Zurita, una respuesta que él le dio a Parra. En su momento, Parra había dicho que los poetas habían bajaron del olimpo, que ya no eran esos hombres sabios que escribían a lo Neruda, sino que el poeta era el tipo normal, el que escribía desde el llano y desde ahí crea su propia tradición. Entonces Zurita le contesta que es válido lo dicho en su momento, pero que ahora los poetas deben volver al Olimpo, volver a trabajar, a la propia dificultad. A mí lo que me interesa es eso. Cuando aparece una dificultad, un trabajo con el lenguaje o con los efectos sobre el lenguaje. Luego hay muchas poéticas que se ponen de moda. Una poética que tiende a reducir los temas, que se queda con el tono confesional, relacionándose con lo que pasa en Facebook o las redes sociales. Y puede estar muy bien respecto a la construcción de identidad. Pero al mismo tiempo descarta mucha tradición, mucha lectura y posibilidad de construcción. Porque hacia ahí se direcciona lo constructivo de todo esto: no hacia lo que está, sino hacia lo que no está.