¿Quién será el nuevo referente de la oposición peronista?
Por Juan Federico von Zeschau
La plaza que despidió a Cristina, la militancia espontánea en la campaña del balotaje, la participación política renovada son símbolos de que una gran parte de los sectores populares está organizado, activo, con iniciativa propia y listo para salir a la calle. Los doce años de peronismo dejaron una organización popular con conciencia y personalidad. La masa se convirtió en pueblo, diría Perón. Un pueblo con capacidad de movilizar voluntades y tomar el mando de sí mismo en circunstancias excepcionales. Aunque es un Pueblo sin conductor. De eso se trata. De quién será el nuevo referente de la oposición peronista. Quién centralizará el comando de la organización popular.
No son tantos los postulantes, un puñado. Cristina a la cabeza, Scioli un poco más rezagado, Urtubey terciando. Massa, por afuera, visto por algunos como el usurpador. Y Randazzo, el leal a sí mismo, otro de los peones que quiere coronar, en un partido de ajedrez que se percibe largo y espinoso. Los planes y las acciones no se cuentan en meses sino en años. La primera escala es recién en 2017. El año que viene será solo un impasse, necesario pero preparatorio, y con la promesa adicional de una interna feroz y sanguinaria, como son todas las guerras entre hermanos. Quien salga más o menos entero de esa contienda podrá ser el challenger de Cristina en las elecciones legislativas, las decisivas, todas las otras luchas son intrascendentes si no se validan por medio del apoyo popular.
Una de las principales incógnitas es el rol de Scioli, candidato que reunió casi la mitad de los votos nacionales en la última elección. Su perfil se fortaleció durante las cuatro semanas entre la primera vuelta y el balotaje. La pregunta que sobrevuela es si mantendrá esa actitud autónoma y esa ambición de poder que se requieren para ganar elecciones o se constituirá en un mero liderazgo de transición. El peronismo muestra varios de esos ejemplos. Cafiero fue el nexo entre Luder y Menem; Duhalde, entre Menem y Kirchner. ¿Scioli será esa polea de trasmisión hacia una nuevo conductor? Desde ya, no existen reglas inmutables en los procesos políticos. La candidatura de Scioli, sobre todo en el último tramo de la campaña, mostró una mística y un apoyo popular sorprendente que revalidó su importancia como referente nacional. Punto en contra: perdió, signo innegable de error en la conducción, aunque no lo comparta sólo él. Sufrió una derrota y la conducción se juzga por los resultados. El universo del “qué hubiera pasado si” es pura distopía, elucubraciones contrafácticas de una charla de café.
El ex gobernador suma otro déficit, la ausencia de un distrito propio. Su camino, no obstante, parece seguir abierto. Porque, a pesar de perder, es un líder popular validado en las urnas, un hecho que en el escenario del peronismo contemporáneo cotiza en alza.
Urtubey es otro de los competidores a tener en cuenta. A observar con lupa, más bien. Cabe preguntarse si su coqueteo con el ahora oficialismo amarrillo, y sus críticas solapadas (y no tanto) al gobierno de Cristina, no son sólo un alejamiento táctico del kirchnerismo, un despegarse de sus activos tóxicos y su derrota, para fortalecer el objetivo último de conducir el peronismo. Un paso atrás para tomar impulso, y dar dos hacia adelante. Urtubey es hábil, gobierna una provincia, y ganó holgadamente. Tiene chances, lleva años construyéndolas. Pero habrá que ver si no menosprecia demasiado la herencia kirchnerista. Sería un error no encuadrar ese legado en un armado peronista futuro, es requisito necesario para lograr la unidad y ser competitivo electoralmente.
Otros sectores, como el sindicalismo, no sólo son necesarios, sino imprescindibles. El eje de gravitación se inclinó hacia ellos. Son las estructuras tradicionales de la resistencia, detrás de sus muros se puede aguantar, hay pocos refugios tan seguros. Quizás los gobiernos provinciales, las intendencias. Acaso las universidades. No mucho más. Y los sindicatos se anuncian como núcleos de poder claves en el nuevo escenario, más aún si se tiene en cuenta su peso en capital, área metropolitana y provincia de Buenos Aires en su conjunto, lugares donde quedaron pocas herramientas de construcción política para una militancia en retirada.
Massa es otro de los competidores. El garante del peronismo racional. Su éxito para escalar posiciones dependerá, en parte, del macrismo y su ánimo de negociar. En los últimos días, Cambiemos no demostró tener como prioridad las decisiones consensuadas. El diálogo parece haber quedado olvidado en el llano de los que no gobiernan. Pero el punto principal a la hora de terminar de definir la relación FR-PRO será el impacto de los ajustes económicos (en qué medida, con qué fuerza, con qué costo) sobre los sectores populares. Una economía en recesión pero con inflación a la baja y con una conflictividad social manejable puede potenciar la oposición medida y razonable que pretende Massa. Una debacle fortalece el recuerdo de las bondades kirchneristas; frente a la crisis, se trataría simplemente de comparar entre situación presente y pasada.
La polarización puede favorecer el ascendente de Cristina y su vanguardia más leal, la Cámpora. Adicionalmente, hunde a los demás contendientes peronistas, los invisibiliza, pasan a convertirse en aquellos a los que vomita Dios. Una confrontación de blanco contra negro hace desaparecer los matices. Pero puede ser un riesgo en el plano electoral. Ya lo fue antes. El kirchnerismo duro, el de paladar negro, no gana una elección desde 2011. Incluso sus candidatos más puristas (Aníbal, Kicillof, un batallón de postulantes a intendencias, un largo y nutrido etcétera) en muchos casos obtuvieron resultados muy por debajo de la propuesta presidencial del FpV, con cortes de boleta que superaron récords históricos. Se debe tomar nota de ese punto a la hora de acusar a Scioli de tibio. Los discursos fuertes, los más confrontativos, en general, espantaron votos. Por supuesto, Cristina como candidata no se equipara al resto de su cohorte. El sentido común dice que todavía es la peronista con más intención de voto. Solo quedaría pendiente definir cuál es su techo.
Existe otro riesgo en la polarización, uno de carácter táctico para quienes impulsan un peronismo de buenos modales. A las espadas mediáticas de Macri les puede resultar conveniente darle micrófono a las expresiones más radicales del kirchnerismo. Les sirve para recordar que el cuco todavía existe, que se trata de La Cámpora o Mauricio, de Aníbal o Vidal, de 678 o el “periodismo independiente”.
Cristina, por otra parte, deberá lidiar con los reproches. De vuelta: malos resultados equivalen a mala conducción. Y la conducción estratégica del FpV, la que debía garantizar las condiciones para el éxito de las diferentes batallas tácticas, falló. Transformó la campaña del balotaje en un voluntarismo desorganizado, más que en la maquinaria profesional que había sido hasta entonces. No hace falta detenerse demasiado en la asignación de responsables. Tal vez solo sea un tema de cuadros y dirigentes, algo que no llega a las grandes masas populares, que no mueve el amperímetro electoral. De todas formas, el 2016 se encargará del pase de facturas, con el horizonte puesto en las votaciones de medio término. La interna es una discusión que el peronismo se debe dar. Después de todo, no viene mal oxigenar, abrir las ventanas y que corra un poco de aire. El vértice del movimiento no debería tenerle miedo a una renovación, a una verdadera. Renovación desde las bases, de abajo hacia arriba, construyendo referencias con arraigo popular.