Acerca de la correspondencia René Char / Raúl Gustavo Aguirre
Por Mario Ortiz
El 6 de octubre de 1952, Raúl Gustavo Aguirre le envía una carta a René Char donde le informa que le dedicarán un número completo de la revista poesía buenos aires (será el importante número doble 11/12 de otoño/invierno de 1953); le adjunta como gentileza un ejemplar de la revista; le solicita material crítico de Blanchot para incluir en el número monográfico y concluye manifestándole su más absoluta admiración. Esta carta marca el inicio de una nutrida correspondencia que ambos poetas mantienen a lo largo de casi treinta años, hasta el fallecimiento de Aguirre en 1983.
A partir de un encuentro organizado en 2013 por la cátedra de literatura francesa de la UCA y su profesora titular Magdalena Cámpora, se estableció una fructífera relación entre Marta Santalla de Aguirre, Marie-Claude Char (viudas de ambos poetas) y Rodolfo Alonso, el miembro más joven de la revista. Entre ellos pudieron reunir la correspondencia casi completa cuya primera edición francesa se publicó en Gallimard en 2014. En 2016, Edhasa imprimió la primera edición española ampliada con correspondencias inéditas, prólogo de Rodolfo Alonso y traducción de Magdalena Cámpora quien además realizó un riguroso trabajo de edición con aparato bibliográfico y un muy documentado cuerpo notas.
La política de traducción de poesía y crítica llevada adelante por la revista fue una pieza clave en la puesta en hora de este reloj atrasado, para usar una metáfora de Pascale Casanova. Raúl Gustavo Aguirre fue un agente importador de primer orden. En este marco ubicamos la correspondencia con René Char y una prolongada relación entramada con el afecto mutuo, la tarea de la traducción, el intercambio de material literario y contactos institucionales.[1] Sin embargo, existe una peculiaridad que se advierte de inmediato. Como lo plantea la propia Cámpora, este intercambio epistolar se plantea desde el principio como desigual. Esto resulta lógico si se piensa que en 1952 Aguirre era un poeta de veinticinco años, prácticamente desconocido en un país del Tercer Mundo. Por el contrario, René Char tenía veinte años más; era un poeta reconocido en un país con altísimo capital literario como Francia, a lo cual se le debe sumar un doble antecedente de muchísimo peso simbólico: había participado en el movimiento surrealista y en algunas de sus intervenciones y, posteriormente, formó parte activa de la Resistencia contra la ocupación nazi con el sobrenombre de Capitán Alexandre. El carácter de resistente, ya de por sí, lo mismo que a su amigo Albert Camus, le otorgaba en la propia Francia de posguerra una legitimidad indiscutible.
A partir de esto, podemos comprobar cómo el sujeto textual Aguirre, desde la primera hasta la última carta, se constituye como subalterno frente a un Char al que denomina explícitamente “mi hermano mayor compañero”. Una relación entre discípulo y maestro marcada por la humildad y la devoción como ya casi no existe más en la Argentina moderna, afirma con nostalgia Ricardo Herrera en una reseña publicada recientemente en Hablar de Poesía. Char, por su parte, acepta en forma tácita esa esa distribución de roles, manteniendo una cierta distancia pero en todo momento atravesada por muestras de afecto que, aún siendo parte de la retórica epistolar, al mismo tiempo la excede: reiteradas veces lo invita a pasar una temporada de vacaciones en su casa de Provenza, lo que finalmente puede concretarse en 1974. De este modo, se advierte cómo, con el pasar de los años, se va consolidando una amistad fundada en la palabra escrita. Esta asimetría se materializa también en el volumen del intercambio: de las 72 cartas conservadas, 47 fueron enviadas por Aguirre y 25 por Char.
La devoción adquiere una intensidad tal que lo lleva a Aguirre a suscribir determinadas expresiones que, al menos en una primera lectura efectuada desde los códigos de relación actuales, resultan por lo menos sorprendentes: “Hace tanto que me inclino sobre sus poemas y vuelvo a ellos constantemente. He llegado a creer solamente en usted” (6/10/52); “en cuanto a nosotros, pienso en cierta afinidad. Pero no soy vanidoso…esa afinidad es sólo admiración. Pero ¿acaso no hay una felicidad verdadera al poder admirar a un poeta…? (21/12/57); “Pienso en usted, en usted” (1/10/69).[2]Matías Serra Bradford se corre de los conceptos elogiosos de Herrera y evalúa duramente: “las cartas (…) son una larga puesta en escena – a ratos patética, a ratos conmovedora - de la relación maestro y discípulo” (Serra Bradford, 2016). Este contexto explica la ausencia de lo que se puede registrarse en otros epistolarios: un intercambio de ideas, análisis literarios, objeciones o conatos de polémica. Aguirre construye un enunciador que en casi todo momento se limita a agradecer, a confesar los efectos que la poesía de Char produce en él y y las dificultades que debe vencer para traducir esos textos que leo dejan en estado de suspensión, a informar sobre aspectos más utilitarios (envío de libros, autorizaciones para publicar, formación de redes de contactos). Serra Bradford avanza en su evaluación negativa y arriesga dos conceptos que deberemos, a su vez, someter a análisis: asimetría e inmolación. “En un punto, Aguirre sacrificó su propia obra: quizá hubiera sido mucho mejor poeta de no haber existido Char”, concluye en su reseña.
Es completamente cierto que cada línea de las correspondencias explicita una admiración sin reservas. Esa admiración llega a tales extremos de intensidad que Aguirre confiesa quedar en estado de suspenso, de una fascinación muda: “No puedo hablar de sus poemas, sólo decir cuánto recupero de mí en ellos, cómo me ha sido otorgado leerlos en la gracia de la lucidez y su proximidad, de la que tanto bien obtengo…” le confiesa (31/8/53). Y cuatro años más tarde repite: “Ante su obra me siento intimidado, no puedo hablar de ella, temo perderla al ‘tocarla’” (21/12/57). Por esto mismo, la traducción del libro de Char Dans la pluie giboyeuse avanza dificultosamente: “no he podido trabajar porque me deslumbro y quedo en suspenso cada vez que lo retomo” (24/12/68). Más que un ejercicio de lectura y de goce, enfrentarse a la poesía del francés tiene que ver con el orden de una experiencia que bordea lo inefable.
Para René Char la producción poética de Rimbaud es un “fenómeno intocable”, “fuego general y boca de cráter” que no se deja traducir a otro lenguaje que no sea el suyo propio y, por lo tanto, todo comentario o crítica es redundante o secundaria. Aguirre comparte la misma concepción y hasta metáforas similares: la palabra de Rimbaud es el “fuego común de Heráclito”, “fulguración estelar”, “un poema posee un ‘secreto’, algo inexpresable e intraducible a otras palabras que no sean las del propio poema” (Aguirre, 1983: 27). Sin embargo, el argentino de hecho traduce, y para eso pone en práctica una serie de estrategias que le permiten desplazarse de esa supuesta intangibilidad y autonomía absoluta del hecho poético. La traducción no es un mero equivalente del original en la lengua huésped; es una versión que intenta mantenerse fiel no sólo al sentido sino a la “verdad poética”, lo que implica sustraerse a la tentación de interpretar o simplificar la oscuridad y multiplicidad de los sentidos virtuales del texto. Aguirre resuelve el problema que opone la inefabilidad del poema a su transmisibilidad. La hipótesis de Cámpora es que Aguirre funda su legitimidad al intervenir el núcleo intocable de Rimbaud con una lengua de traducción informada por su propia creación poética (Cámpora, 2014).
Cámpora considera que la actitud hacia Char es distinta porque, sin abandonar el concepto de versión, mantiene una relación de subalternidad y reconocimiento de la autoridad de su maestro al someter a su evaluación las propias traducciones. Sin embargo, a lo largo del intercambio epistolar se encuentra evidencia de que algo similar realiza con su propio maestro. Su poema que, como vimos más arriba, no se puede hablar ni elogiar, ni siquiera mencionar sino “sólo habitarlo en su don el mayor tiempo posible” (6/3/62) genera en ese extremo de la mudez el retorno al lenguaje. Aguirre escribe el 1/10/69: “Su don se cruzó con mi poema (…) Me lo he hablado en mi lengua, como casi siempre, para acercarme más, si es posible, a él”. Habitar un poema no implica la mudez reverencial ante la palabra del maestro o el vacío del silencio frente a los límites del lenguaje, sino construirle una casa en la propia lengua. En un punto, tienden a desdibujarse los límites entre traductor y objeto traducido, entre lectura y escritura: traducir es prestar la propia voz y el propio cuerpo para que el otro hable. Pero precisamente por eso, en ese punto de cruce e in-corporación – en el sentido etimológico de volverse cuerpo - de voces, se genera cierta ambigüedad acerca de quién habla: el texto traducido pasa a ser parte de la producción poética del traductor porque participa de la misma pulsión de deseo por y en el lenguaje, un deseo que, siguiendo a Barthes, podríamos calificar como erótico. En este sentido, resultan reveladoras estas declaraciones: “traduje…varios poemas suyos por el placer de verlos surgir de mí mismo” (2/3/65). Si se sigue por esta línea de pensamiento, resulta una conclusión lógica que Aguirre finalmente escriba el 10/3/69: “…necesito a veces traducirle a usted antes que escribir yo: es la misma tarea, y siento entonces más necesario lo primero”.
Se plantea entonces una cuestión que parte de los problemas específicos de las teorías de la traducción pero al mismo tiempo las excede para plantear una serie de problemas acerca de la escritura en el sentido más general. Si escribir un poema y escribir la traducción de un poema tienden a ser equivalentes, ¿cuáles son los límites – si es que los hay – entre la producción propia y la del otro? ¿Acaso debe considerarse que las traducciones son parte integrante de la misma producción poética de Aguirre? Hacia esta es la respuesta se inclina Ricardo Herrera al comentar la antología del poeta francés traducida por Aguirre para Ediciones del Mediodía en 1968 :
Nunca he sentido al leer esas versiones que estaba ante una traducción; más bien, por el contrario, siempre tuve la convicción de estar leyendo un texto original; tan es así que hoy me animo a afirmar que ese libro es de Aguirre, y que es además el mejor libro de Aguirre. Esta convicción la corrobora la lectura de las otras versiones de Char que existen, ya que en ellas sí se hace patente la sensación de estar ante textos traducidos. (Herrera, 2016)
Como habrá podido advertirse, partimos de las tesis de M. Cámpora pero las extremamos: a pesar de las declaraciones (sinceras, sin duda) de fidelidad, Aguirre interviene con su lengua poética en el núcleo poético de su maestro al igual que lo hace con Rimbaud. Podría insertarse este episodio de la poesía argentina en esa tradición de grandes traductores/creadores que se apropiaron de un texto lejano para incorporarlo a su presente y a su idioma. Todos recordamos el ensayo en que Borges analiza un caso peculiar: “Swinburne escribe que FitzGerald ‘ha dado a Omar Khayyán un sitio perpetuo entre los mayores poetas de Inglatera’ (…) Algunos críticos entienden que el Omar de FitzGerald es, de hecho, un poema ingles con alusiones persas” (Borges, 1999: 128-129) En la misma línea, para Ezra Pound la traducción de las Metamorfosis de Ovidio hecha por Arthur Golding (1536 - 1605) es el mejor libro del idioma inglés, mientras que Gavin Douglas (1474 - 1522) en su versión de la Eneida hizo “algo mejor que el latín de Virgilio” (Pound, 1977: 47). Por supuesto, se puede estar de acuerdo o no con estas evaluaciones que se condensan en sentencias que por momentos parecen tan iluminadoras como arbitrarias; del mismo modo, sería un abuso afirmar que el René Char de Aguirre es un poeta argentino con alusiones al mediodía provenzal. Sin embargo, esta tradición de traductores creadores señala una línea de trabajo en la que se puede pensar las complejas relaciones entre la producción poética, traducción y recepción en el sistema literario argentino.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Char, René y Aguirre, Raúl Gustavo (2016) Correspondencia y poemas: con una antología de poemas de René Char traducidos por Raúl Gustavo Aguirre, edición a cargo de Marie-Claude Char, traducción y notas de Magdalena Cámpora y prólogo de Rodolfo Alonso. Buenos Aires, Edhasa.
Herrera, Ricardo “Los compañeros en el jardín” en Hablar de poesía n° 34, noviembre de 2016 disponible en http://hablardepoesia.com.ar/numero-34/los-companeros-en-el-jardin-2/
Serra Bradford, Matías. (2016) “Destinatarios de la devoción”, Clarín, Revista Ñ, 4 de agosto de 2016, disponible en https://www.clarin.com/rn/literatura/Destinatarios-devocion_0_HksR0t_PXx.html
ACLARACIÓN: este artículo es un extracto de un trabajo cuya versión completa puede leerse en la revista El jardín de los poetas. Revista de teoría y crítica de poesía latinoamericana. Año III, n° 4, primer semestre de 2017, p. 130 – 142 disponible en http://cajaderesonancia.com/jardin-detalle.php?id=240
[1] Rodolfo Alonso señala en el prólogo que aunque los íntimos sabían cuánto los unía a ambos poetas, ninguno tenía conocimiento de ese intenso intercambio epistolar que mantuvo celosamente oculto. Lejos de cualquier conjetura insidiosa, para Alonso esto es una prueba más que fortalece las imágenes de la revista y del propio Aguirre en su “absoluta carencia de servilismo, de astucia o complacencia (.,.) Si esa convicción no hubiera sido íntegra, ¿cómo explicar que, a diferencia de tantos, Aguirre ni pensó en obtener el más mínimo provecho ‘exhibiendo’ semejante contacto?” (2006: 23)
[2] Incluso, en medio de una carta que le envía el 23/12/54 donde le avisa que no puede viajar a Europa, le transmite esta noticia: “Me he casado hoy y le hago llegar los saludos de Marta…con quien he compartido la altura de sus poemas desde cuando, en otro tiempo, las distancias enormes nos separaban, aquel ‘cri d’amour des crapauds’… ”. y en una posdata le avisa que todavía no llegó el ejemplar de una revista donde Char hizo publicar poemas del argentino.