Un poco de Kermesse y de fútbol
Por Ramiro Gallardo
–Qué cagada– comentamos antes de agarrar por Avenida Meeks, –justo hoy juega Argentina. Me hubiera gustado verlo.
Es miércoles por la noche y vamos llegando a Temperley. Tocan Sergio Dawi, Semilla Bucciarelli y Tito Fargo junto a otros músicos. Se trata de la Kermesse Redonda, una más de estas fiestas paganas a las que ya nos vamos acostumbrando. A una cuadra del Auditorio Sur, la plaza Espora reboza de pibes y pibas que resisten el frío con cerveza helada. Alguien dejó encendido el estéreo del auto, suenan temas de Patricio Rey. Los más jovatos buscamos refugio en el boliche de la esquina, más acogedor, con calefacción, empanadas de carne cortada a cuchillo y cerveza sin escarcha.
En la tele dan Argentina Paraguay. Alcanzamos a ver algo del primer tiempo, pero se acerca la hora de arranque del recital.
–En una de esas lo están dando– dice Mauro. En efecto, apenas entrar escuchamos la voz del relator. El público se divide entre los que están más cerca de la barra tomando un trago, mirando de refilón alguna jugada, y quienes se ubican próximos al escenario y al partido en un espacio que se parece bastante a la nave central de una iglesia. Una pantalla que ocupa todo el fondo nos regala las imágenes en movimiento de Messi y compañía, enmarcado por tachos de luces y banderines. Siluetas en sombra de micrófonos, parlantes, bombo, platos, atriles y teclado por delante.
–No tiene muy buena pinta– comenta Mauro ante una jugada de Paraguay. Mi compañero rockero sabe mucho de fútbol, aunque no hace falta ser muy versado en la materia para darse cuenta de cómo viene la mano. Alguien toca mi hombro:
–Es que jugamos sin diez. El técnico tendría que haber llevado a Montillo– susurra una voz extraña. Estar acá es un poco como en la cancha, de pie en la popu, rodeado de gente, charlando con desconocidos. No vas a abrazarte con el tipo de al lado si metemos un gol, pero sí más tarde, en medio del pogo, empapado de sudor propio y ajeno y con la cerveza que alguno revolea como si acabara de descorchar una botella de champagne.
Gol de Paraguay. El hincha de Tigre me dice algo, putea de lo lindo. Recuerdo el concierto de U2 en La Plata, la pantalla gigante y el estadio hasta las manos. Argentina se jugaba la clasificación al Mundial. Cuando Ecuador metió el primero, la multitud se agarraba la cabeza, lloraba, aullaba de dolor. Cincuenta mil personas angustiadas frente a una especie de televisión futurista de sesenta metros de largo y catorce de alto. Después, Messi y sus tres goles iban a allanarle el campo de juego a Bono. Acá, el fondo se oscurece y regreso de mi memoria, termina el primer tiempo. Luces de colores y aparecen los músicos. Nuestro amo juega al esclavo suena como nunca, alta dialéctica ricotera. En el entreacto alguien grita fuerte ¡Poneme el partido! Pero no le dan bola, el público está en otra y por suerte Lautaro, Messi y Armani nos dan una vida más. Agónica, pero vida al fin.
Fiesta en Temperley. Ojalá, fiesta en Brasil.