Talleres clandestinos: la hipocresía de los hipócritas
Por Facundo Castro *
El lunes 27 de abril, en una vieja casona de principios de siglo, ubicada en Páez 2796, en pleno barrio porteño de Flores, a las 10:30 hs, una fuga de gas produjo un estallido. En pocos minutos el lugar se incendió y provocó la muerte por asfixia de dos hermanitos, de 7 y 10 años. En el lugar funcionaba un taller textil clandestino. Los hermanitos dormían en un rincón del subsuelo, donde murieron, mientras sus padres trabajaban arriba, en condiciones bastante similares a la esclavitud. Los vecinos de la zona habían denunciado en reiteradas oportunidades el funcionamiento de un taller clandestino en el interior de la casona, y pese a estar a ocho cuadras de la Comisaría 50, a dos cuadras del Hospital Álvarez y frente a la llamada “Plaza de los Periodistas”, ningún organismo estatal intervino, ni medios periodísticos hicieron eco de las denuncias. La situación debe interpelar a muchos actores sociales, sin cuya complicidad activa o pasividad manifiesta, la tragedia no hubiese ocurrido.
Hay cosas que son obvias y muchas veces pasan desapercibidas precisamente por serlas. A nadie le gusta definirse como una persona cuya dedicación es la de ganar dinero de cualquier manera, entonces suelen autodefinirse vagamente como empresarios, declarando fines socialmente más aceptables, como generar trabajo, contribuir al país y llevarse algún dinero en el mientras tanto. Pero lo cierto es que la historia del capitalismo, es la historia del perfeccionamiento de la voluntad de enriquecerse, en función de la cual se han cometido los crímenes y brutalidades más atroces. Porque la pulsión de enriquecimiento, ha demostrado sobradamente ya, no preocuparse en cuestiones humanitarias, sociales ni ambientales, creó y sigue creando guerras allá donde más convenga, y produciendo miseria allá donde la rentabilidad lo aconseja y las sociedades lo permiten. En consecuencia, no debe sorprendernos de que “empresarios” en su afán de lucro, alberguen trabajadores en talleres clandestinos, en condiciones laborales lindantes con la esclavitud. Lo que debemos preguntarnos es en que fallamos como sociedad para que esto sea posible a principios del siglo XXI.
La Democracia, al contrario de lo que muchos afirman, no es algo estático que se consigue de una vez y para siempre. La Democracia es una construcción continua por una sociedad más igualitaria, cuya plenitud no se alcanza nunca mientras las desigualdades, por mínimas que sean, sigan existiendo. Allá donde existen desigualdades es donde faltan derechos por conquistar. La vulnerabilidad que la desigualdad genera ante la ausencia de derechos, es donde se filtra la posibilidad de que los poderosos, en su afán de lucro, produzcan las injusticias más atroces. ¿ Dónde están los partidos abanderados en la defensa de la República y sus instituciones? ¿Dónde está la indignación de los medios de comunicación, tan exuberante cuando de un delito o robo callejero se trata? ¿No es inseguridad la esclavitud en pleno centro porteño? ¿No es fruto de una insegura desidia perversa a gran escala la muerte de dos criaturas en un taller clandestino? ¿Dónde están los periodistas y dirigentes políticos, que ante la muerte de un fiscal, prematuramente calificada de asesinato, convocan a llenar la Plaza? ¿Cómo explican que hay muertes que valgan más que otras, que importen más que otras? ¿Dónde están las cautelares tan expeditivas cuando de defender derechos corporativos y obstaculizar leyes se trata? La pregunta debe ser todavía más amplia: ¿Cómo no escandaliza y no genera el rechazo unánime de la sociedad toda y de todos los actores políticos semejante agravio a la condición humana, perpetrado delante de las narices?
A la luz de esto, resulta inexplicable, salvo por la presencia de un inconfesable interés político, que el reclamo principal y cohesionante del movimiento obrero, siga siendo la reducción o eliminación al impuesto a las ganancias. Impuesto que afecta a un sector minoritario de la masa trabajadora y cuyo carácter progresivo ningún tributarista serio cuestiona. Los que hace rato han dejado de defender trabajadores y se han convertido en empresarios, nada dirán. Pero aquellos que genuinamente defienden trabajadores, se equivocan si creen que lo ocurrido en la calle Paez no los afecta. El entramado de complicidades, de avaricia y de fallas institucionales que lo hicieron posible, penden como un revolver sobre la cabeza de todos los trabajadores que hoy están sindicalizados y gozando de los derechos laborales. Porque lo ocurrido en Paez es la imagen de lo que todavía están dispuesto a hacer, si se lo permiten, para ganar un poco más. Es donde están dispuestos a llegar para reducir los costos laborales, siempre inflacionarios porque, según ellos, siempre trabajan poco y ganan mucho. Ni las cámaras empresariales, de ningún tipo, ni las grandes firmas, han dado una mínima muestra de rechazo a lo ocurrido. Alguna señal aunque sea tenue que sugiera que lo ocurrido es un caso aislado. Por el contrario, han guardado un silencio bastante parecido a la complicidad.
Resulta impensable que el Gobierno de la Ciudad se haya desentendido de lo ocurrido, como si no hubiese pasado dentro de su territorio, como si no tuviera alguna responsabilidad política. Como si lo ocurrido no los interpelara de alguna manera. Es inaceptable esquivar el tema con argumentos tecnicistas y de competencia. Las autoridades políticas no pueden desentenderse de lo que ocurrió y de la realidad de los talleres clandestinos que los vecinos hace tiempo vienen denunciando a viva voz sin resultado alguno, más que inspecciones anunciadas que llegan cuando todo está vacío para volver a funcionar al día siguiente. No solo por una responsabilidad institucional uno esperaría una respuesta contundente sobre el tema, un fuerte involucramiento, sino por un elemental sentido humanitario de quienes ocupan tan altos cargos y que deberían conmoverse por una tragedia contra la cual tuvieron y tienen a su disposición las herramientas para poderla evitar.
Diez días después de la tragedia, las llamas volvieron hacer arder el taller. Esta vez, el intencional incendio fue provocado con la finalidad de destruir los elementos de prueba que quedaban en el lugar. La hipocresía de los hipócritas hicieron que esta tragedia sea posible, también hará que se mantenga impune.
* En revista Voluntad.