Ciruelo, por Boris Katunaric
Por Boris Katunaric
Me despierto y las Tortugas ninja me sonríen alegres desde la pared en que las inmortalizó mi primo, el que dibuja bien.
Tortugas ninja adolescentes mutantes. Espero pronto ser adolescente y convertirme en una tortuga ninja.
Mamá antes de molestarme con el cepillo o la leche me llama, apurada.
-Vení, vení. Rápido.
Abre la puerta de atrás y su mano toma la mía. Salimos. Una cobertura blanca se extiende a lo largo del suelo del patio. No entiendo.
-Nevó.
Me dice. Entiendo menos.
Me agacho para tocar eso blanco que cubre el patio. Pétalos. Millones de pétalos alrededor del ciruelo, de mi árbol, mi majestuoso ciruelo donde a veces soy Batman, otras Leonardo, otras quién sabe, Boris con súper poderes o con sogas. La primavera derramó generosamente esos pétalos blancos y perfumados. Chapoteé en ellos, tiré puñados arriba y los dejé caer sobre mi cara.
Mi árbol es mi lugar. Después de ver las Tortugas siempre juego en él. Tiene una rama gruesa que es la que uso para treparme: doy un saltito, me agarro fuerte, pongo el pie en el tronco, pataleo hasta quedar colgado como un monito tití, mamá me dice así, monito tití, pero yo quiero ser una tortuga ninja que come pizza, no un mono come bananas.
Mientras tanto soy un niño que come ciruelas, gordas, ácidas y dulces. Me empacho, ensucio remeras blancas como pétalos de ciruelo, un devorador de poblaciones de ciruelas en mi árbol, mi lugar, mi país.
Hoy salí de la escuela y el micro tardó mucho en volver, pensé que me iba a quedar todo el día mientras los nenes de tercero me molestaban. Creí que no iba a llegar para ver las tortugas.
Desde la entrada de casa veo que la puerta del fondo está abierta. Se escucha un motor agudo, ensordecedor, insoportable. La cara de Enrique, el albañil. Corro desesperado, gritando, hacia el patio. Mi mamá se asusta, en el envión me alza a upa como atajando un penal.
Ya en sus brazos me pregunta.
-¿Qué te pasa mi amor?
-¿qué le están haciendo a mi árbol? ¿qué le hacen a mi árbol?
Cae la rama gruesa