“Hospital Francés” de Daniel Gigena: amor en tiempos de VIH
Por Boris Katunaric y FerKan
Agencia Paco Urondo: Hace mucho tiempo que estás vinculado al mundo literario, desde adentro, desempeñando diferentes tareas editor, corrector, prologuista, periodista y crítico cultural y esta es tu primera novela. Fuiste subiendo pequeños textos a Facebook, tus lectores te impulsaban a publicar y vos ponías una especie de freno. ¿Cómo fue dar este paso? ¿Qué te hizo sentir que este era tu momento?
Daniel Gigena: Me convenció Ana Ojeda, una de las editoras de Exposición de la Actual Narrativa Rioplatense, una colección de 41 títulos de narradores que en la tapa llevaba la obra de un artista argentino contemporáneo. Ahí publiqué “Estados”, con una obra de Cotelito. Eran estados de Facebook con pequeñas narraciones, muchas veces protagonizadas por otras personas, con el foco puesto en el trabajo, la lectura y la sexualidad. Esos textos fueron publicados con una licencia copyletf y todavía se pueden leer y descargar gratuitamente en la página de Internet (http://el8voloco.wixsite.com/laexpo). Se cobraba el libro impreso porque había que pagar los costos de producción.
APU: Tu novela tiene el tono de la autobiografía ¿por qué decidiste plantearlo desde ahí y cuánto hay de ficción, invención en ella?
DG: No me parece una novela sino más bien una crónica escrita con recursos de la ficción, con algunos personajes caricaturizados y una voz narrativa por momentos exagerada. En un momento quería contar la historia, además, del Hospital Francés como si fuera el escenario de un relato gótico. Pero eso quedará para otro momento.
APU: Hay algo tanto en el espacio elegido (la ciudad de Buenos Aires), como en los personajes (una pareja gay) y en la época (los 90), que nos lleva hacia la novela de Julián López, La ilusión de los mamíferos. La diferencia tal vez se da en que en la novela de Julián los personajes viven, si se quiere, en un pequeño Edén privado, mientras que en los de tu novela padecen en público. En los últimos años no ha habido una literatura que cuente esa época desde esa perspectiva, ¿cuál es tu opinión al respecto?
DG: Pablo Pérez y Alejandro Modarelli, de diferentes maneras, escribieron sobre ese momento. Es muy interesante porque en ese entonces un gran sector de la sociedad estaba muy comprometido con el discurso de los derechos humanos; participábamos de marchas de protesta por los indultos a los represores y nos cuidábamos de censurar cualquier amenaza a los derechos civiles. Al mismo tiempo las policías de todo el país estaban autorizadas para perseguir a las minorías sexuales, a nadie le parecía grotesco ridiculizar a un homosexual o a una travesti en público y las personas con VIH padecían en sidarios, como decía Pedro Lemebel. De eso se intentó pasar a una Argentina gay friendly o LGBT friendly, aunque con la dosis diaria de opiniones de personajes salidos de las cavernas, de papas a diputados, sobre la vida ajena. No hay que bajar la guardia.
APU: Aparece, como problemática central, algo que se vivió mucho en los 80/90 que gira en torno al SIDA como problema de un sector social excluido y esto tiene una fuerte carga política. Una denuncia a la burocracia de la salud, los hipócritas de Hipócrates, lo llamas.
DG: Eso continúa todavía hoy; incluso en 2018 hubo mucha preocupación por la renuncia de Sergio Maulen a la Dirección de Sida y ETS del Ministerio de Salud por los recortes presupuestarios. Campañas no hay, aunque el 1 de diciembre los funcionarios usen el pin de la lucha contra el sida y posteen publicaciones en redes sociales (si lo hacen). Interpreto los recortes presupuestarios como un signo de hostilidad. En los años 90, la época donde transcurre “Hospital Francés”, todo era mucho peor: para autorizar una cama de un paciente de VIH en el sistema de salud había que hacer trámites kafkianos, soportar día a día los mensajes de odio de la Iglesia católica argentina y los prejuicios del entorno.
APU: Hay un lenguaje que, si bien aparenta ser bastante llano, lo es por su dureza, el odio me daba ganas de vivir, ¿por qué el lenguaje del odio y del enojo?
DG: Quise escribir una diatriba, seguramente bajo la influencia de muchos escritores que usaron de manera magistral ese registro, como Fernando Vallejo y Horacio Castellanos Moya. Pero quería que a la vez fuera una diatriba cómica, un vodevil de la viudez gay. A la hora de escribirlo, ya habían pasado veinte años de la muerte de Jorge Alessandria.
APU: También hay una crítica dentro del mismo lenguaje, al imperio de los eufemismos, cuando hay que estar escondiendo que los personajes son una pareja de putos.
DG: Eso genera mucho dolor. Erving Goffman incluye esa estrategia, ese esfuerzo de simulación, en el marco del estrés de las minorías. Había que tener una actitud vigilante para no herir la susceptibilidad de familiares, de compañeros de trabajo y amigos, e incluso la del encargado del edificio y el taxista. Como si los demás se hubieran cuidado de no herir nuestra susceptibilidad.
APU: En la segunda parte de la novela titulada 20 años después, hay un giro completamente inesperado, básicamente el narrador no es la misma persona, ¿cómo se te ocurrió ese giro?
DG: Esos son relatos de relatos, historias que otros hombres contaron, donde pervive el “estigma” de la diversidad sexual, que veinte años atrás era peor, y peor todavía cincuenta años atrás. Son dramas de baja intensidad, que pueden parecer cómicos, aunque no dejan de ser formas de vida medio mutiladas.
APU: ¿Cuánto tiempo te llevó la elaboración de esta obra? ¿Sos un escritor ordenado que hace un proyecto previo?
DG: Desde que lo pensé hasta que lo escribí, “Hospital Francés” me llevó menos de un año. Es una exageración por sesenta páginas. No quiero dejar de decir que lo más lindo del libro es el dibujo de tapa de Santiago O. Rey. Tuve mucha suerte con los artistas de tapa.
APU: Sos un gran lector, ¿cuáles son tus gustos literarios principales?
DG: No creo que sea un gran lector; leo mucho por trabajo, para escribir sobre libros. Como dijo un amigo cuando le conté que la lectura de novedades por encargo ocupaba el tiempo de otras lecturas: “Alguien tiene que hacerlo”. Siempre leo poesía y narrativa. Tres escritoras me gustan mucho: María Lobo, Rachel Cusk y María Martoccia, de la que soy muy amigo.
APU: ¿Tenés idea de volver a publicar? ¿Ya estás trabajando en eso? ¿Nos podés contar algo?
DG: Me gustaría escribir una especie de lado B de “Hospital Francés”, donde los demás hacen reproches a mi modo de presentar la historia, a mis juicios y caracterizaciones de los personajes. También quiero contar una historia de amor ambientada en Niterói.