La ciudad del hedor
Por Verona Demaestri
"Más que tratarse de ver cómo está la realidad en la ficción, el problema es ver cómo está la ficción
en la realidad", Ricardo Piglia.
HIPER podría ser “El país de las últimas cosas” de Paul Auster, por su atmósfera post apocalíptica de humanidades arrasadas donde la necesidad es todo y el deseo es material arqueológico... podría, pero es la ciudad del hedor.
Su autor, Alejandro De Angelis, logra lo que parece imposible: narrar el hedor sin nombrarlo.
Ni a él ni a sus posibles sinónimos: nauseabundo, apestoso, podrido… Así está la que fue una ciudad iluminista y planificada, racional y ordenada. Descompuesta bajo un agua que arrastra mierda y basura después de una inundación que lo dio vuelta todo. ¿Les suena?
Sobre esta urbe subacuática, el agua termina siendo solo un detalle y todo lo demás se vuelve metáfora, desde el título hasta la estructura de esta novela corta.
HIPER es el hipermercado que comenzó siendo refugio para quienes se negaban a ser cadáveres hinchándose al sol. Y luego es la Tierra Prometida de este diluvio universal de cabotaje. HIPER es un silencio y cuatro letras que nombran el sin límite, el exceso que marca desde los vínculos hasta los desastres ambientales.
Empieza con un final de fiesta y un cartel multicolor de Macri ¿Les suena? Y un ¡A los botes! que es una referencia literal a la inundación de 2013 y sus cuerpos flotando entre cables, basura y ratas.
Tiene la intensidad del cuento, el cross a la mandíbula de un aguafuerte y la extensión de una nouvelle. Es un cruce cimarrón de géneros. ¿Realismo fantástico? No puede encasillarse, característica singular de los relatos que rompen moldes para ser genuinos.
Marcos, el Bola, Saña. Más que personajes son fetiches de época que navegan la mierda para encontrar un lugar mejor, un cambio, así de ambiguo -y peligroso- como suena. Marcos en su escepticismo, el Bola en su liderazgo territorial y Saña con sus revelaciones mágicas, van entramando un recorrido cuyo GPS es el intento por llegar a ese no lugar a partir de atajos. Sin embargo, no hay atajos cuando no se sabe adónde ir.
No asumen que están perdidos. Ni que no hay salvación posible. Desestiman al único indicador de sensatez entre tanto discurso evangélico, un viejo que solo intentaba llegar a territorio seguro en la Banda Oriental. Estos “elegidos” para habitar el Arca, prefieren el escape por Autopista que los conduce a la única forma de vida organizada en el Camino Verde, el de las ranas, esos animalitos “símbolo de cambio” según Saña. Aquella comarca que se anuncia esperanzadora no es más que un patriarcado de signo contrario. Allí no hay lugar para los hombres.
Volver al HIPER es superador. Después de todo, si bien es cierto que es otro no lugar que podría estar enclavado en Nueva York, Santiago del Estero o Ushuaia, en La Plata es la contraseña de acceso a la precuela de la ciudad del hedor, desecho del país de las últimas cosas.