Alberto "presidenta" y la revolución de la “Generación Coro”
Foto: Mauro Bustos
Por Daniel Mundo
Hasta hace unos días estaba profundamente convencido de que nosotros íbamos a ser recordados en la historia como la Generación de Alberta. Sí, de Alberta Fernández, que iba a poner en marcha una revolución que era inimaginable a los tres meses de asumido el gobierno. Las revoluciones son muy raras. Uno tiene una imagen de revolución estándar, pero cuando se desencadena, suele tener formas imprevisibles. En fin, como sea, hoy pienso que para bien y para mal podríamos ser recordados por otro tipo de revolución, tan inimaginable como todas las anteriores, pero ahora auténticamente biológica: la Generación del Coro (apócope de Coronavirus). Distopía híper clásica que se viene imaginando desde hace décadas: el Apocalipsis ya no es un asunto religioso sino político. Se desata un virus tan o más letal que la peste bubónica y un tercio de la población, tal vez la mitad, muere de un día para otro. Obviamente el virus es híper contagioso, un estornudo, el roce de la piel infectada, muchas cosas lo transmiten. El que sale a la calle lo hace con barbijo y guantes de goma, para tener una imagen. Pero ojo, porque estos forman parte de la mitad de la población que sobrevivió. La otra mitad va siendo levantada de a poco para ser cremada es los grandes hornos de las fábricas en desuso. Los que sobrevivieron lo hicieron por diversos motivos y se convirtieron en diferentes cosas.
Hoy podemos creer que esto afecta tanto a ricos como a pobres ( más a los primeros, incluso) y que esta vez no hay distinción. Pero es un error de perspectiva: en cuanto vean que están cayendo vecinos de su barrio, los ricos van a conseguir todos los respiradores y las ametralladoras que necesiten. El Estado no es boludo. ¿Qué hacen los ricos? Típico de las novelas de J. Ballard: se amurallan de ametralladoras y se encierran en bunkers de una extensión parecida a los countries de ahora: la ciudad amurallada no es un invento muy posmoderno. Ejércitos entrenados, perros hambrientos y drones son su defensa. Los que entran y salen del country son minuciosamente vigilados, porque los ricos saben que por ahí puede colarse un subversivo. Después vienen los subversivos. Son un desprendimiento de una panclase social que le provee mano de obra a los ricos, para sus labores de limpieza, sus ejércitos, sus chulos y chulas. Pero esta clase no es homogénea: hay servicios agradecidos al poder por la vida que les da, y hay rebeldes. Si bien tratan de evitar el enfrentamiento, de tanto en tanto se produce, y vuelve a replantearse el liderazgo: águilas vs palomas. Etc. De ahí para abajo empieza otra panclase social también dividida en estamentos. ¿Los más poderosos? Los que organizaron a su alrededor ejércitos de fieles o adictos que dan su vida por La Causa, un narcotraficante ponele, o el patriarca del pueblo. Pero llega un momento que la conciencia social de estos individuos, de todos, flaquea, y al final ni siquiera recuerdan cuál es la causa por la que luchan. Una fuerza paramilitar o mafiosa en guerra con otras. Clanes. Y como siempre, también en esta historia posapocalipsis están los clanes que salen victoriosos, y están los que son derrotados. Viven literalmente al día. La natalidad disminuyó a límites de extinción, casi, porque es casi imposible cuidar a un bebé (su cuerpo vale fortuna porque es una potencial de vitaminas). Una mujer embarazada es una maldición. En este nivel de la lucha se comercia todo tipo de cosas, desde violaciones masivas de niñas de la ex clase media, hasta ahorcamientos colectivos en los tubos del pasamanos de las plazas. Cualquier cosa. Pero acá no termina la pirámide posapoc, porque después están los esclavos totales, que viven más que al día y mendigando, desprotegidos, escondiéndose en los barrios más miserables, durmiendo con los cadáveres. Si fuera necesario, estos venden hasta el último órgano de su cuerpo y son encontrados en las cunetas de las rutas.
La serie trata de cómo sobreviven los que no hacen comunidad, los que nadie quiere, los solos, los aislados, los que sufren ese sentimiento hosco que los lleva a rechazar todo vínculo y que no saben si proviene de sus propias cabezas deformadas o si proviene de su clase social. Estos también en un momento se tienen que organizar. Ya sé que dicho como lo digo parece una mega producción del cable y que va a requerir muchos actores, pero hay que recordar que a esta altura la población mundial se había reducido a la mitad. La peste desconocida que no se sabe si se originó por un error en un laboratorio chino, o si los soldados norteamericanos sirvieron de fusibles para transportarla en las últimas Olimpíadas Militares, como sea, lo cierto es que acabó de casualidad con la mitad de la población. O más, no se sabe. Todas las publicidades desde ese momento en adelante empezaron a repetir que esta vez no es como con la gripe a ni la vaca loca, esta vez no es una prueba, un simulacro, como dice mi amigo Maxi Zeppa, esta vez es real. Bueno, a esta generación la llamarían la Generación de la Peste Global (GPG) o Coro. Pero lo cierto es que ya hay muertos, tres. Una centena de afectados. Cuarentena. Primero este virus letal afectó a los países dominantes (esto fue un dato que generó siempre sospechas, ¿por qué lo hicieron?), y luego al resto del mundo. Me acuerdo de que un rato antes de la Catástrofe Final yo había dejado a mis hijas en las casas de sus madres, y que volviendo a mi casa me crucé con tres personas que llevaban consigo bolsones de papel higiénico. Ahí se me ocurrió la última idea antes del fin.
Pensé, cuando veía al señor gordo transpirar al sol, parado en el semáforo y cargando el bolsón de miles de quilómetros de papel higiénico: ¡qué cagadores somos! ¡Qué cagadores! No viene al caso, pero Sade escribió la obra más abominable de la historia de la humanidad pre-peste en una especie de papel higiénico. 12 metros medía. Me dije, obviamente: como siempre, querido, estás minusvalorando el peligro. La muerte aceleró su efectividad, como todo el resto de las cosas. En la tele ves que todos los frentes políticos se unieron para combatir el mal. Para hablar de las políticas urgentes de sanidad y cuidado, el que parece el jefe del grupo se la pasa repitiendo que es hermoso que toda la conducción política se haya unido para combatir un mal que afecta al ser humano. Ven hacia dónde van, ¿no? De ahí sale un Napoleón Bonaparte. Típico. Una amiga tiene fiebre, le falta el aire, no puede respirar y tiene moco, y de la guardia de su prepaga le dicen que van a poder visitarla recién en 48 horas. En la tele hablan los familiares de las víctimas. Lloran. 48h tardaron en morir sus abuelos. Pero estos son los preliminares del fin. Hasta ahí nadie había previsto que el uso de internet iba a incrementarse de tal modo que de un día para el otro toda la inteligencia de los aparatos se apagaría en un pestañeo. Ahí sí la cosa se puso heavy de verdad: obviamente los chicos seguían sin ir a la escuela, pero ahora no accedían tampoco a internet. Esto también significaba que todos los mensajes que nos llegaban y que nosotros interpretábamos más o menos fácilmente, y que le daban un marco a la realidad, se acabaron, y que ahora los únicos mensajes que teníamos provenían del rumor y el chimento. Entonces tenés una vecina que te denuncia a la Policía de la Ciudad (tengan en cuenta que si la Policía de la Ciudad colapsa porque la demanda de efectivos supera a la oferta de empleados, se pueden armar milicias civiles, pero habría que hacerlo con responsabilidad), bueno, llega la policía y te quiere llevar preso porque no limpiabas el picaporte de la puerta de entrada cada vez que salías o entrabas a la casa. Habían habilitado una línea de denuncia para este tipo de información. Bueno, estaba escuchando Led Zeppelin y de pronto se fue internet. Y llegó la nada