En la tierra este viaje termina
Por Boris Katunaric
“Puños de ira, descargué contra el viento
Para herir al destino, y tenerte de vuelta
Encendí la casa, rito de despedida
Y saber en los ojos, que era el último beso
Seguirá bonito, porque en la tierra este viaje termina
Seguirá bonito, este camino rodeado de flores
Seguirá bonito, porque tus huesos hacen que yo viva
Seguirá bonito, porque en silencio imagino tus ojos abrirse”
Pequeña orquesta reincidentes
Una de las canciones más tristes de la historia de este mundo es Bonito, de Pequeña Orquesta Reincidentes, en ella Guillermo Pesoa le canta a la novia muerta, sepultada y logra que, con la descomposición de su cuerpo enterrado, el camino hasta el pueblo no pierda sus flores, la muerte embellece la vida en el planeta, podría decirse. También ese poema de Miguel Hernández, la elegía a la muerte de Ramón Sijé nos habla de cómo los muertos benefician el ecosistema. “Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano”.
El poema que una amiga me leyó dice: “No hay dedo que señale la caja y diga, miren, esto no es descanso ni cielo ni transporte”. El budismo sostiene que la muerte no es nada más que otra transformación. Gran parte del deseo de los hombres y mujeres de este mundo es saber qué pasa después de la muerte, al menos qué pasa con nuestra conciencia, nuestros recuerdos, etc.
Dolores Reyes imagina y logra unir algo de estos ejemplos que nos vienen al azar, con cierto pensamiento libre y amotinado, con un único factor común que es la muerte. Cometierra, se acerca a la novela negra con el ritmo de lo sensorial, de las visiones, de la brujería o, mejor aún, de lo sobrenatural. Una joven que come tierra y a través de ella puede conectarse con los cuerpos, necesita de la tierra que han habitado otras personas para poder verlas, saber de su paradero y su estado, el de la vida o la muerte.
No falta nada para pensar que esta novela de buenas a primeras puede convertirse en un policial, pero hay algo que excede a este género en su pureza. El trabajo del lenguaje de Reyes nos trae una narración confusa, de abombamiento, de resaca, independientemente de todas las birras que se chupe nuestra heroína siempre hay cierto mareo y confusión en su pensamiento, momentos depresivos, abandono, lo cual nos da una narrativa de pasos pesados, entorpecida, pero no por eso menos atrapante.
Como toda militante, Dolores Reyes no deja de insertar lo político en su obra. La comunicación con los cuerpos se contextualiza en los márgenes, en las calles (como no podía ser de otra manera) de tierra. Barrio periférico donde las cumbias y los bailes son el paisaje constante entre tanta nebulosa, junto con los crímenes, los cotidianos, donde siempre abundan las mujeres.
Cometierra no juega a ser heroína, siente una gran pesadumbre en cada caso que le toca, no siente empatía con los familiares que han venido a solicitar su ayuda, sólo siente empatía cuando la posibilidad es de encontrar a una mujer viva, eso la hace animarse a utilizar el poder que le concede tragar tierra. Es una novela feminista moldeada con el barro de la literatura, de la experiencia con el lenguaje y de las historias que merecen ser contadas, y no a partir de los eslóganes.
“Cuando era chica, Cometierra tragó tierra y supo en una visión que su papá había matado a golpes a su mamá. Esa fue sólo la primera de las visiones. Nacer con un don implica una responsabilidad hacia los otros y a Cometierra le tocó uno que hace su vida doblemente difícil, porque vive en un barrio donde la violencia, el desamparo y la injusticia brotan en cada rincón y porque allí las principales víctimas son las mujeres” dice la contratapa de esta obra.
Los sueños también aparecen como guías donde se manifiestan los lugares prohibidos aunque inevitables, la señorita Ana aparece y desaparece, es la más fantasmal de las visiones de Cometierra. A la vez que el amor, también como ensoñación, se encuentra en un lugar incómodo, aparece y desaparece constantemente.
La lectura de Cometierra nos dejará algo cercano y algo lejano. Un paisaje desconcertante y una esperanza, al decir de Julián López: “Si en el inconciente (¿en la escritura?) no hay principio de contradicción tampoco puede existir diferencia entre vivos y muertos”.